Conociéndote #2

  • Por Canal Preto
  • febrero 24, 2015

Capítulo II

          Fui a Mafalda. Pero a ratos lo que menos ví fue Mafalda. No porque no estuviera. Su presencia era contundente y había hasta monos gigantes. Más bien a ratos veía a la gente. Más que a ratos, casi todo el tiempo. Pude notar que muchos eran habitués de este tipo de exhibiciones. Eso me era extraño. A estas cosas no iba a menos que fuera con otra gente. En los tiempos pre-Facebook, pre-Twitter y pre-demases, cuando uno conocía gente por blog, fui a alguno de estos lugares. De las cosas que vi en esos tiempos ya no me acuerdo, sólo recuerdo que visité parques, plazas y algunos museos. Era una época bonita en que aún uno podía echar a volar la imaginación y pensar que quizá tras esa acompañante estaba mi compañera para el resto de mi vida. A ratos salía de mis volteretas mentales y veía la gente que iba a ver la exposición. Jugaba al Tinder en la vida real. A veces me da por eso cuando voy en el Metro o cuando voy por la calle. Bajo este superficial criterio, en la exposición vi de todo. La cara de alguien o su postura corporal, pienso, podrían tener mucho que ver con la personalidad. Pero, a lo que vinimos, pensé. Recorrí el lugar y me olvidé hasta del día y la hora. O sea, lo que hace la gente normal, no como uno que se habituó a vivir al día y programándose los horarios todo el tiempo.

          Cuando me iba, aparece tras de mí una niña, la verdad, con algo así como unos 4 o 5 años menos que yo, de acuerdo a mi -distorsionada- percepción de edades. Talvez hasta llamarle "niña" sea una distorsión. A esa edad ya todas son mujeres hechas y derechas. El cuento es que me salté la adolescencia. Viví una "media-adolescencia". Haber pasado 6 años de mi vida en colegio de hombres, perdiéndome lo mejor de esa edad... Así que a ratos pienso que vivo mis etapas atrasadas. El carnet pide otras cosas. Pero, sea como sea, niña o mujer, me llama como haciéndome señas.

          - Toma, se te cayó...
          - Gracias...

          La verdad es que era la boleta del supermercado del día anterior. ¿Qué valor podría haber tenido una boleta? Si sólo es de comida, nada. Pero había provocado que alguien, allá afuera, quisiera interactuar conmigo. Ella no era muy agraciada ni se sacaba mucho partido. Era más bien flaca, con un rostro algo tosco, un poco más alta que yo, pero con un tatuaje en la espalda. Siempre que veo a alguien con un tatuaje y que ya dejó de ser adolescente, me imagino su pasado. No sé por qué. Siempre que veo a una mujer más alta se me hace una persona imposible de alcanzar. Linda, fea o como ella, da igual. De su bolso saca un paquete abierto de gomitas dulces. Me pasa una. Vuelvo a agradecer. Me quedo detenido en el lugar. Ella sigue, acompañando a su amiga. Por un momento pensé que no sería una idea tan loca andar siempre con una boleta de supermercado y dejarla caer cuando se diera la ocasión. Así como antaño hacían las damas de esos tiempos cuando pasaban al lado de un caballero que les atraía, dejaban caer un pañuelo al suelo como pretexto para iniciar una relación. Antes funcionaba eso. Ahora la gente desconfía.

          La niña de ese día al parecer no desconfió. Pero, para que me vuelva a pasar...

(*) Esta es una historia de ficción basada en hechos reales.

También te podría interesar

0 comentan