(Publicado originalmente en enero de 2003)
Veo las luces de las calles. Luego de una pequeña escala en Chillán para asistir a la misa de cierre, vamos de regreso a Santiago después de haber participado yo y mis -ahora- amigos, en las misiones de la PUC. SÃ, voy a escribir sobre las misiones. Pero no espero que alguien tome esta columna y la publique como testimonio, porque no es la tÃpica experiencia misionera que a los organizadores de todo esto les gusta que se difunda. No voy a hablar mal de las misiones, muy por el contrario, fueron increÃbles. Lo malo soy -para variar- yo. Mis compañeros van atrás en el bus cantando. Yo sólo miro hacia afuera. Acabo de desconectarme. No me molesten hasta que hayamos llegado a Santiago. Me pregunto cómo habrá salido la foto que se sacaron los demás mientras yo andaba en el mall ayudando a cargar comida para la comunidad. Ojalá haya sido la foto de los 600 misioneros todos juntos; nadie notarÃa la ausencia de un misionero en particular entre tantos. ¿Y te parecen pocas las otras fotos? Alcanzo a ver a la Delia que otra vez está sola, se fue a Santa Bárbara sola y ahora está volviendo igual. Ella tiene estilo para ser sola -y se lo envidio, porque si voy a ser solo, que al menos sea con estilo-. También veo a la Kari y a Felix que va más adelante. Pero voy en silencio. Escogà conectarme los audÃfonos e ir pescando radios en el camino. A veces se encuentran cosas interesantes en el dial. Lo que no se escucha en Santiago, sonidos por decirlo asÃ, más "amateur", menos impecables -en Santiago es pecado mortal poner música de cassettes en una radio FM- y no tan comprimidos como los de las radios capitalinas, canciones que hace tiempo no escuchaba, voces "nuevas", y asà fueron pasando los minutos...
Pasó apenas media hora y creo ser el único despierto. Me equivoco... creo que más adelante van pendientes al camino porque al parecer alguien se baja pronto. Yo también voy solo. Arturo iba a ir conmigo pero camino a Chillán se fue en el auto de la Carola y después no sé dónde se metió. Le dije a mi jefa de comunidad que si querÃa me acompañaba, pero nunca se apareció. Algo que estoy tratando de aprender a la fuerza es que, cuando la vida le da la espalda a uno, hay que agarrarle el traste. Dicho de forma más decente, y como dice una canción, "si la vida te da limones, aprende a hacer limonada". Asà que -qué importa que nadie se vaya conmigo- feliz ocupé los dos asientos y me recosté a dormir, pero nunca pude. Me vencieron las ganas de ir mirando el camino de noche. Me gusta la noche. Me gusta quedarme inmóvil y ver la noche y ese cielo estrellado imposible de ver en Santiago. Al rato en la radio ponen el dichoso temita que se convirtió en el himno no oficial de las misiones, al menos en Santa Barbara -y creo que ya más de alguien sabe a qué canción me refiero-. Cerré los ojos y de inmediato vi cada rincón de la escuela donde alojamos, la cocina, el patio, todo. Vi las caras de la gente a la que misionamos, caras que vimos sólo una vez y caras que vimos muchas veces y de las cuales nos hicimos amigos yo y mis compañeros. Pero hay que aprovechar ahora puesto que es casi seguro que si llegan a rayar la cancioncita de tanto ponerla, ya no nos será grato recordarla y tendremos que recurrir al ya clásico "vamos a tocar a cada pueeeeeertaaaaaaaaaaaa..." -con coreografÃa ridiculizante incluÃda-.
Ya veo pocas luces en el camino. Pocas casas. Poco de todo. Una de Sanz empieza a sonar en la radio. Sanz me deprime. A falta de algo que mirar afuera, recordé mi vida de Santiago que habÃa tenido abandonada por poco más de una semana. Me vi otra vez en mi imaginación recostado en mi cama, triste, recordando tiempos mejores, con menos responsabilidades. ¿Qué voy a hacer cuando vuelva a ver a mis otros amigos? Talvez me haga el desentendido, talvez saque fuerzas de no sé donde y trate de reparar aquellas amistades dañadas y recuperar las que ya han muerto. Otra vez gastando esfuerzo en imposibles. La señal de la radio se muere de a poco. Apago el walkman y sólo escucho el andar del bus. Me acabo de dar cuenta que una compañera que iba adelante mio reclinó su asiento. Pude ver su perfil. Se veÃa linda. Pero no dura nada ya que al rato se da vuelta hacia la ventana. Me doy cuenta que voy incómodo y me pongo en otra posición apoyando mi cabeza en el lado de la ventana. Estamos pasando por otra ciudad pero no sé cuál. Sigo triste. Triste pero muy sereno. Comienzo a recordar las cosas que hice bien, las que hice a medias y las que dejé de hacer por "falta de ánimo". Es siempre lo mismo. Me arrepiento, digo que nunca más, pero vuelvo siempre a hacer lo mismo. Yo creo que hay dos tipos de vidas, lineales y circulares, y que cuando me tocó ir por la mÃa en donde las estaban repartiendo, las vidas lineales ya se habÃan acabado hace rato. Asà que llegó un chato y me dijo: "saÃs que no nos quedan lineales, pero tengo de estas redondas si querÃs una; podÃs cortarla y quedar con una lineal pero es más pelúo que la cresta, aunque el premio es pulento..." Dicho esto, me pasa una vida circular y un libraco de tamaño apoteósico lleno de giles con testimonios del tipo "yo rompà mi vida reonda y ahora vivo bacán y bla bla bla...", pero parecian sacados del "llame ya" asà que no les creà mucho.
Mientras yo trataba de pensar en la manera de romper el circulo me di cuenta que iba de lo más bien solo y habÃa tenido por unas horas la tranquilidad más grande en mucho tiempo. No es tan malo estar solo. Es bien triste eso sÃ. Se supone que estamos en este mundo para relacionarnos. Estar solo, visto de esta forma, es un fracaso rotundo, pero en mi caso es el camino "menos malo" -por ahora-. Y esto me pone más triste, pues pienso que le estoy fallando a todo el grupo que quiere que esté con ellos en todo lo que hagan volviendo a Santiago y durante todo el año los dÃas que se juntan. Y la culpa no la tiene el grupo, ni alguien en particular del grupo, ni yo mismo. Nadie. Eso es lo más frustrante.
Luego de eso dormà un buen rato y cuando desperté me di cuenta que estábamos parados en Angostura. De inmediato recorde mis tiempos infantiles cuando creÃa que "Angostura" era un puente muy delgadito y frágil por el que habÃa que cruzar con mucho cuidado o si no nos caÃamos al precipicio, al más puro estilo "El mundo de Bobby" -si alguien vio alguna vez esos monos en la tele-.
Al llegar a Santiago, el bus para frente a la Casa Central y ponen una música como si quisieran decir "¡bájense ahora!". Luego yo, que estaba más despierto que el resto, fui el primero en salir, tomar mis cosas e irme cerca de la puerta principal a ordenarme un poco. Uno de los guardias, con cara de "plop" me pregunta de dónde venÃamos. "Venimos de misiones" dije. Me extrañó que aquel sujeto no lo supiera, después de todo alguien tuvo que ir a decirle que abriera las puertas a las 6 de la mañana y el porqué de aquello. "¿Cuántos buses más van a llegar?" me preguntó el pobre tipo. "Doce" le dije. Luego de eso el desinformado guardia me dejó tranquilo y pude ordenar un poco mi equipaje. Eso sÃ, esperaba una despedida con más emoción, con caras de llanto y todo eso. Pero no. El grupo no se iba a morir luego de insignificantes diez dÃas, no señor... porque ese mismo dÃa en la noche serÃa la fiesta en Campus Oriente y ahà todos (o sea ellos) se verÃan de nuevo, sin contar las reuniones de cada mes. Yo en cambio estoy más cerca de irme por mi camino circular -y cÃclico- y no seguir en el tren de vÃas lineales en el que va la gran mayorÃa de la gente.
Que ellos coman Trencito. Yo me tomo una rica sopa igual a la de todos los dÃas, servida por supuesto en un lindo plato circular... por ahora.