
En una escuela básica de comuna pobre y semi-rural como en la que estuve, naturalmente que habÃa, pese a la falta de recursos, bastantes pasatiempos o juegos para la hora del recreo. Saltar la cuerda, el pillarse, el "caballito de bronce" (aunque a veces prohibido) y la clásica pichanga era de lo que más se veÃa. Cuento aparte son los colectibles. Cuando ni siquiera nos imaginábamos el concepto de "trading card" tan en boga entre los llamados "ñoños", otakus y similares de hoy, nuestros colectibles eran a veces las láminas del álbum de moda, aunque eran más comunes las calcomanÃas que venÃan con las golosinas.
Una negra sorpresa
Por esos dÃas vendÃan, en el carrito afuera de la escuela y en los kioscos, unas paletas de masticable que en su interior traÃan una lámina raspable en la cual, luego de raspar el recubrimiento negro (que en esos tiempos se llegó a hablar de que era tóxico) aparecÃa uno de los tantos personajes de Hanna-Barbera. Recuerdo, en mi afán de tener más y más de esas láminas y llegar a tener a todos los personajes, haberme destrozado la lengua comiendo de esos masticables. Al final me recetaron un ¿desinfectante? de color muy oscuro con el que, cada noche y con una gasa, mi vieja me "pintaba" la lengua. Era como chupar un chupete koyak de dÃa de brujas, pero sin disfrutarlo; muy por el contrario, susodicho "desinfectante" era más amargo que la cresta. No sé si habrá valido la pena, pero para alguien que no sabÃa jugar estas láminas con los amigos, casi la única forma de conseguir más y más era, naturalmente, comiendo más y más dulces. Y no las jugaba sólo porque no comprendÃa cómo habÃa que golpearlas contra el suelo para que se dieran vuelta (y las que se dieran vuelta del montón eran las que uno ganaba). También estaba el intercambio "una mÃa por una tuya" pero casi nunca se podÃa hacer eso. Y era sólo por el afán de tenerlas todas, sin concursos parafernálicos ni teles a color, bicicletas o ataris como premios.
¡Estampitas!
Menos comunes al comienzo, pero tanto o más "jugadas", estaban también las láminas del album de moda. Eran pocos quienes coleccionaban álbumes, fundamentalmente porque la plata no abundaba y en esa desigualdad de condiciones pocos estaban dispuestos a gastarse la escasa plata de la cual disponÃan en un pasatiempo asÃ. Pese a todo, los famosos álbumes tenÃan a sus seguidores y durante mi enseñanza básica (y en esa escuela) fue la última vez que vi un albúm editado por la mÃtica Artecrom, y recuerdo que llegaban vendedores de esa imprenta a hablarles de esos álbumes a todos, sala por sala.
Y todo por el pollo...
Pero luego de esta relativamente larga descripción de esos tiempos, hay un colectible por el que me obsesioné breve pero muy intensamente y que no se trataba de nada de lo que hasta ahora he escrito. Cierto dÃa alguien del curso apareció en la hora de recreo con nada más ni nada menos que recetas de pollo. Eran los tiempos de "Coma Pollo, el trozo delicioso", y a través de las carnicerÃas de barrio y otras más grandes comenzaban a distribuirse volantes que enseñaban a la "dueña de casa" nuevas recetas para lucirse ante su familia. Pues bien, cierto dÃa uno de nuestros compañeros (o talvez fueron más) apareció con un turro de esas recetas. Al comienzo las regaló y, luego de unos cuantos dÃas, todos terminamos con unas cuantas en nuestros bolsillos. Y, al igual como las láminas de álbum o las otras, las jugaban. Yo no jugué ninguna y me las quedé. Y estaba feliz. Hasta habÃa encontrado un pedazo de tabla que, junto con un clip grande, usaba para tener esas recetas ordenaditas sin que se arrugara ni una sola.
Pero como nada es para siempre y, luego de algo que sucedió y que no recuerdo, mis recetas de pollo desaparecieron. Entré a la sala hecho una furia y al borde del llanto. En un acto que me sorprendió, y enfrente de la profesora, cada uno de mis compañeros pasa por mi lado y me entrega sus recetas de pollo. Una vez que las tenÃa todas, ella me pregunta si ya me sentÃa mejor. Ya dejando el llanto, respondà que sÃ. O más o menos.
El trozo vergonzoso
Hasta el dÃa de hoy no recuerdo que pasó con las recetas de pollo que habÃa podido recolectar originalmente. No sé si me las robaron o si las jugué y las perdÃ, o si talvez las dejé olvidadas por ahÃ. Lo único cierto es que nunca más les presté atención (ni siquiera las miré) y ciertamente terminaron en cualquier lado menos en una cocina. Hasta hoy me avergüenza tanta alharaca y tan pelotudo final.
En resumen, fue un momento olvidable y patético que sólo una falta de tema pudo traer a flote luego de... ¿20 años?