De la nada

  • Por William Hernández F.
  • mayo 24, 2010

Recuerdo que salía de la oficina. Más tarde de lo normal. Mucho más tarde, considerando que era viernes. Mi bolso iba lleno, aunque comunmente ocupo algunas pocas cosas de todo lo que contiene. Me siento raro no llevando nada. Es como si me faltara algo. O alguien.

Mi jefa había reparado en mi pantalón que estaba roto justo en un bolsillo. Era el bolsillo donde acostumbraba llevar la billetera, en el mismo lado donde llevaba el bolso. Talvez por eso es que lo llevaba.

Iba bajando a tomar el Metro. Esa tarde no quise tomarlo donde siempre. Caminé un poco más. Talvez porque no quería, o estaba aburrido, del camino de todos los días. Llegué al andén, pero todavía había bastante gente. Eran como las 7. Me enchufé los audífonos y al poco rato me senté en un asiento de esos de colores que han sobrevivido de la época bonita del Metro. Estuve media hora ahí, pero todavía no quería irme. Me daba lo mismo, era viernes, al otro día no importaba lo que pasara, tenía una suerte de permiso para perderlo, de puro gusto, de puro cómodo. O talvez, de puro abandono. Me salí del asiento y me fui a sentar en el suelo. Después de más de media hora los asientos ya se hacían duros. Los trenes ya iban más vacíos, hasta uno que otro asiento vacío llevaban, pero todavía no me quería ir. Sentía que algo estaba a punto de ocurrir, no sabía qué cosa, pero sentía que si en ese mismo momento tomaba el tren a mi casa me lo perdería.

Seguía escuchando mi música. "Música de crisis", pensaba, recordando que la última vez que le cargué música a ese aparato fue justamente para cargarle de eso que no escuchaba siempre. Una especie de autoterapia de shock. Quise abandonarme. Quise bajar mis revoluciones y alcanzar a estar consciente de ello, sentirlo, sumergirme en ello. Recordé lo del bolsillo, recordé lo de trabajar hasta tarde, recordé lo de la paga, que era mucho más que lo que en algún momento creí que me bastaría y que varios meses después mi psicóloga me comentara con un "negociaste mal". Recordé mi problema pendiente de falta de eso de las "habilidades interpersonales", por ende recordé mi soledad. Y lloré por ello... No, mentira, no fue por eso, en realidad fue por nada. Pero tenía que buscarle algún motivo, no podía ocurrir de la nada. No me resignaba a que fuera así, que no pudiera sobreponerme a mi problema. Lloré harto. Cerré los ojos. La música se mezclaba con el sonido de los trenes que paraban y luego seguían. En eso me interrumpió uno de los guardias del Metro. "Por favor salga de ahí". Y volví a mi asiento, ya pasando lo peor, pero aún con mis ojos llorosos. Finalmente cuando todo pasó, me subí a un tren. Ya eran las 9.

Llevaba tanto tiempo sin poder soltar el llanto, por culpa de los antidepresivos, que lo que viví esa tarde lo sentí como una liberación.

Talvez todo me lo provoqué yo mismo. Pero al final preferí pensar que me llegó de la nada. Así, sin más. De la nada. 

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1 comentan

  1. Hace un buen tiempo que sigo tu blog. No había comentado mucho, pues un "tienes depresión wn" era lo que te quería decir. Pero veo que ya lo sabes y lo tratas.

    Sobre el problema de la soledad, eso es siempre una decisión.

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