Recuerdo que salÃa de la oficina. Más tarde de lo normal. Mucho más tarde, considerando que era viernes. Mi bolso iba lleno, aunque comunmente ocupo algunas pocas cosas de todo lo que contiene. Me siento raro no llevando nada. Es como si me faltara algo. O alguien.
Mi jefa habÃa reparado en mi pantalón que estaba roto justo en un bolsillo. Era el bolsillo donde acostumbraba llevar la billetera, en el mismo lado donde llevaba el bolso. Talvez por eso es que lo llevaba.
Iba bajando a tomar el Metro. Esa tarde no quise tomarlo donde siempre. Caminé un poco más. Talvez porque no querÃa, o estaba aburrido, del camino de todos los dÃas. Llegué al andén, pero todavÃa habÃa bastante gente. Eran como las 7. Me enchufé los audÃfonos y al poco rato me senté en un asiento de esos de colores que han sobrevivido de la época bonita del Metro. Estuve media hora ahÃ, pero todavÃa no querÃa irme. Me daba lo mismo, era viernes, al otro dÃa no importaba lo que pasara, tenÃa una suerte de permiso para perderlo, de puro gusto, de puro cómodo. O talvez, de puro abandono. Me salà del asiento y me fui a sentar en el suelo. Después de más de media hora los asientos ya se hacÃan duros. Los trenes ya iban más vacÃos, hasta uno que otro asiento vacÃo llevaban, pero todavÃa no me querÃa ir. SentÃa que algo estaba a punto de ocurrir, no sabÃa qué cosa, pero sentÃa que si en ese mismo momento tomaba el tren a mi casa me lo perderÃa.
SeguÃa escuchando mi música. "Música de crisis", pensaba, recordando que la última vez que le cargué música a ese aparato fue justamente para cargarle de eso que no escuchaba siempre. Una especie de autoterapia de shock. Quise abandonarme. Quise bajar mis revoluciones y alcanzar a estar consciente de ello, sentirlo, sumergirme en ello. Recordé lo del bolsillo, recordé lo de trabajar hasta tarde, recordé lo de la paga, que era mucho más que lo que en algún momento creà que me bastarÃa y que varios meses después mi psicóloga me comentara con un "negociaste mal". Recordé mi problema pendiente de falta de eso de las "habilidades interpersonales", por ende recordé mi soledad. Y lloré por ello... No, mentira, no fue por eso, en realidad fue por nada. Pero tenÃa que buscarle algún motivo, no podÃa ocurrir de la nada. No me resignaba a que fuera asÃ, que no pudiera sobreponerme a mi problema. Lloré harto. Cerré los ojos. La música se mezclaba con el sonido de los trenes que paraban y luego seguÃan. En eso me interrumpió uno de los guardias del Metro. "Por favor salga de ahÃ". Y volvà a mi asiento, ya pasando lo peor, pero aún con mis ojos llorosos. Finalmente cuando todo pasó, me subà a un tren. Ya eran las 9.
Llevaba tanto tiempo sin poder soltar el llanto, por culpa de los antidepresivos, que lo que vivà esa tarde lo sentà como una liberación.
Talvez todo me lo provoqué yo mismo. Pero al final preferà pensar que me llegó de la nada. AsÃ, sin más. De la nada.
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Hace un buen tiempo que sigo tu blog. No habÃa comentado mucho, pues un "tienes depresión wn" era lo que te querÃa decir. Pero veo que ya lo sabes y lo tratas.
ResponderBorrarSobre el problema de la soledad, eso es siempre una decisión.