Sol (Mi ventana)

  • Por William Hernández F.
  • octubre 23, 2009

Hace un tiempo tuve la idea de dar luz a mi cuarto. Era difícil, puesto que había que romper una gruesa pared de ladrillo y cemento. ¿Para qué? ¿Voy a ganar algo con ello? Pero había que hacer algo, estaba demasiado oscuro y le faltaba ventilación. En verdad no tenía ganas de nada. Me esforzaba por disfrutar mi oscuridad encerrado y solo en mi cuarto. Era mi solitario mundo. Pero podía sentirme orgulloso. Era mi lugar. Sólo mío. Podía hacer lo que quisiera... bueno, casi lo que quisiera. Había algo que quería tener, pero estaba fuera de los límites de mi cuarto. Me creí imposible de conseguirlo. ¿Cómo lo iba a obtener? Eso era para la gente que vive allá afuera y que no necesita romper sus murallas para montar inocentes ventanitas. Hasta que no aguanté más y, aunque muy lentamente, comencé a trabajar.

Un buen día mi ventana ya estaba lista. Pero la mayor parte del tiempo la cubría con una gruesa y enorme cortina. Sabía que si alguien se asomaba a ella probablemente no le hubiese gustado lo que veía hacia dentro. A mí no me gustaba. ¿Por qué iba a gustarle a alguien de allá afuera? Sin embargo, cuando estaba de buen ánimo, sacaba la cortina y así la gente de allá afuera podía ver mi mundo. Alguna gente pasaba por la vereda del frente y hacía como que no veía. Otra gente se reía. Y otra gente, después de ver que no estaba triste como en otros días, me dirigía un saludo. Me decían que saliera de mi cuarto. Me decían lo bonito que estaba el día allá afuera. Pero yo no veía nada, sólo nubes por allá y por acá. Cuando se ponían muy insistentes, yo trataba de salir. Pero no podía subir. Y más encima la ventana era muy chica, porque cuando la construí nunca imaginé que la usaría para salir. Hasta que a duras penas lograba pasar a través de ella y ver el supuesto "lindo día" que había afuera.

Me encontraba rodeado de gente, por todos lados. Sonreían, se divertían, se reunían, formaban grupos y parecían pasarlo muy bien. Me divertía mucho mirándolos. Pero luego comencé a sentirme idiota. ¿Por qué no estoy allá con ellos? Luego comenzaron a elevarse poco a poco. "¡Ven con nosotros!" me decían desde arriba. Yo intentaba elavarme, pero no podía. Así que los miré... hasta que desaparecieron ocultándose entre las nubes. Quedé sólo en la ciudad. Estaba triste. Quería irme con ellos, pero ya no estaban. Como ya se había oscurecido, traté de que en alguna casa me dieran alojamiento, pues no me encontraba en condiciones de volver a mi cuarto, pues estaba muy cansado y tenía que caminar cientos de kilómetros para llegar hasta él. Golpée puertas y puertas, pero nada. Así que no me quedó otra que caminar esa enorme distancia. Una música muy triste venida desde no sé donde me acompañaba durante el largo camino.

Al poco rato ya no veía nada, no habían luminarias y comencé a temer que posiblemente todo mi mundo hubiese desaparecido. Pero seguí caminando por inercia. Después de un largo rato de caminar vi un punto a lo lejos y comencé a avanzar más rápido. ¡Qué tranquilidad vino a mí cuando noté que el punto allá a lo lejos era mi cuarto! Aún estaba allí, no había desaparecido devorado por la oscuridad ni mucho menos. Entonces corrí muy rápido, no me importó lo cansado que estaba. ¡Qué entusiasmo era el mío al saltar por la ventana! Volví a mi espacio, el que había sido mi vida por mucho tiempo. Pero cuando me ví inmóvil y nuevamente encerrado, mis brazos cayeron de cansancio, volví a entristecerme y no tenía más ganas que de recostarme sobre mi cama. Sólo tenía ganas de dormir. Rápidamente mis ojos se cerraron y nunca me acordé de poner la cortina ni mucho menos de cerrar la ventana.

Al otro día, al despertar, vi una enorme luz entrar por mi ventana. Cuando logré ver bien hacia aquel rincón, pude darme cuenta del maravilloso día soleado que había afuera y de que alguien me miraba sonriendo. "Estuve mucho tiempo viniendo a mirarte sin que lo notaras", me dijo. Sus ojos brillaban de emoción y felicidad. Luego de no atinar a decir nada, le pregunté "¿A qué viniste?" Y ella extendió sus manos a través de la pequeña ventana, como queriendo alcanzar las mías. Miraba mis ojos. "Quiero ser tu amiga...", decía ella. Recibí sus manos, me acerqué a ella y agradecí su hermoso gesto. Que este día de Sol dure por siempre.

(Publicado originalmente en junio de 2002)

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