Hace un tiempo tuve la idea de dar luz a mi cuarto. Era difÃcil, puesto que habÃa que romper una gruesa pared de ladrillo y cemento. ¿Para qué? ¿Voy a ganar algo con ello? Pero habÃa que hacer algo, estaba demasiado oscuro y le faltaba ventilación. En verdad no tenÃa ganas de nada. Me esforzaba por disfrutar mi oscuridad encerrado y solo en mi cuarto. Era mi solitario mundo. Pero podÃa sentirme orgulloso. Era mi lugar. Sólo mÃo. PodÃa hacer lo que quisiera... bueno, casi lo que quisiera. HabÃa algo que querÃa tener, pero estaba fuera de los lÃmites de mi cuarto. Me creà imposible de conseguirlo. ¿Cómo lo iba a obtener? Eso era para la gente que vive allá afuera y que no necesita romper sus murallas para montar inocentes ventanitas. Hasta que no aguanté más y, aunque muy lentamente, comencé a trabajar.
Un buen dÃa mi ventana ya estaba lista. Pero la mayor parte del tiempo la cubrÃa con una gruesa y enorme cortina. SabÃa que si alguien se asomaba a ella probablemente no le hubiese gustado lo que veÃa hacia dentro. A mà no me gustaba. ¿Por qué iba a gustarle a alguien de allá afuera? Sin embargo, cuando estaba de buen ánimo, sacaba la cortina y asà la gente de allá afuera podÃa ver mi mundo. Alguna gente pasaba por la vereda del frente y hacÃa como que no veÃa. Otra gente se reÃa. Y otra gente, después de ver que no estaba triste como en otros dÃas, me dirigÃa un saludo. Me decÃan que saliera de mi cuarto. Me decÃan lo bonito que estaba el dÃa allá afuera. Pero yo no veÃa nada, sólo nubes por allá y por acá. Cuando se ponÃan muy insistentes, yo trataba de salir. Pero no podÃa subir. Y más encima la ventana era muy chica, porque cuando la construà nunca imaginé que la usarÃa para salir. Hasta que a duras penas lograba pasar a través de ella y ver el supuesto "lindo dÃa" que habÃa afuera.
Me encontraba rodeado de gente, por todos lados. SonreÃan, se divertÃan, se reunÃan, formaban grupos y parecÃan pasarlo muy bien. Me divertÃa mucho mirándolos. Pero luego comencé a sentirme idiota. ¿Por qué no estoy allá con ellos? Luego comenzaron a elevarse poco a poco. "¡Ven con nosotros!" me decÃan desde arriba. Yo intentaba elavarme, pero no podÃa. Asà que los miré... hasta que desaparecieron ocultándose entre las nubes. Quedé sólo en la ciudad. Estaba triste. QuerÃa irme con ellos, pero ya no estaban. Como ya se habÃa oscurecido, traté de que en alguna casa me dieran alojamiento, pues no me encontraba en condiciones de volver a mi cuarto, pues estaba muy cansado y tenÃa que caminar cientos de kilómetros para llegar hasta él. Golpée puertas y puertas, pero nada. Asà que no me quedó otra que caminar esa enorme distancia. Una música muy triste venida desde no sé donde me acompañaba durante el largo camino.
Al poco rato ya no veÃa nada, no habÃan luminarias y comencé a temer que posiblemente todo mi mundo hubiese desaparecido. Pero seguà caminando por inercia. Después de un largo rato de caminar vi un punto a lo lejos y comencé a avanzar más rápido. ¡Qué tranquilidad vino a mà cuando noté que el punto allá a lo lejos era mi cuarto! Aún estaba allÃ, no habÃa desaparecido devorado por la oscuridad ni mucho menos. Entonces corrà muy rápido, no me importó lo cansado que estaba. ¡Qué entusiasmo era el mÃo al saltar por la ventana! Volvà a mi espacio, el que habÃa sido mi vida por mucho tiempo. Pero cuando me và inmóvil y nuevamente encerrado, mis brazos cayeron de cansancio, volvà a entristecerme y no tenÃa más ganas que de recostarme sobre mi cama. Sólo tenÃa ganas de dormir. Rápidamente mis ojos se cerraron y nunca me acordé de poner la cortina ni mucho menos de cerrar la ventana.
Al otro dÃa, al despertar, vi una enorme luz entrar por mi ventana. Cuando logré ver bien hacia aquel rincón, pude darme cuenta del maravilloso dÃa soleado que habÃa afuera y de que alguien me miraba sonriendo. "Estuve mucho tiempo viniendo a mirarte sin que lo notaras", me dijo. Sus ojos brillaban de emoción y felicidad. Luego de no atinar a decir nada, le pregunté "¿A qué viniste?" Y ella extendió sus manos a través de la pequeña ventana, como queriendo alcanzar las mÃas. Miraba mis ojos. "Quiero ser tu amiga...", decÃa ella. Recibà sus manos, me acerqué a ella y agradecà su hermoso gesto. Que este dÃa de Sol dure por siempre.
(Publicado originalmente en junio de 2002)
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