Sacaba las hojas calentitas, recién salidas de la impresora. Son 240 pesos, le dije al angelito. Mi amiga buscaba unas llaves -o fue un lápiz, no recuerdo- en un cajón por ahà cerca. El angelito, entre que revisaba las hojas o contaba su vuelto, al parecer habÃa reparado en algo que contenÃa el cajón. Pidió que le mostrara su contenido. Rápidamente reconoció, al parecer, algo que habÃa perdido.
¡Ahà está po'! Ese estuche de iPod que está ahÃ, ese rojo, el mismo, y luego mencionó su marca, una marca que no recuerdo. Ese estuche venÃa con mi mochila, y me muestra su mochila de la misma marca. Supongo que si nombró la marca es porque era una mochila digna -no de cuneta ni de feria persa, por ejemplo-. De todas formas, la marca no la habÃa escuchado ni por si acaso. Le entregué su estuche y le mencioné que contenÃa un pendrive con mp3, preguntando si también era suyo. Aunque, sinceramente, estuve a punto de no decirle nada. Era un poco obvio que si le interesaba tanto el estuche, mencionando además que era de un iPod, es porque tiene uno, o al menos no se mueve en el circuito de reproductores de mp3 marca chancho. Tal como lo esperaba. No, ná que ver, dijo, con una cara de "no preguntÃs hueás"...
O sea, entre un iPod y un mp3 rasquita...
Es curioso, pero yo llevaba varios dÃas mirando el estuche cada vez que abrÃa el cajón para sacar alguna cosa y, sinceramente, tampoco daba un peso por él.
FotografÃa: http://www.flickr.com/photos/dogmatic/
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