Fotografía: popcornvii @ flickr
Esta es de esas historias pencas que da lata contar hasta bien pasado el tiempo. Y viendo que ya han pasado sus buenos 12 años, creo que la soltaré, la desclasificaré para que corra libre y de vueltas para ojalá no volver a suceder. Aunque, entre nos, no tiene por donde.
1994. Estaba en primero medio. Ya había hecho algunos amigos entre los compañeros nuevos que habían llegado ese año. Había quedado con uno de ellos de juntarnos para ir a una de esas fiestas caseras que hacía el curso para juntar fondos. Tenía que ir a su casa y para ello tenía que atravesar Santiago completo y el viaje era en una de esas micros previo a la salida de las micros amarillas que ya existían en ese tiempo (¿sólo estaba licitado el centro, recuerdan?). Dos horas de largo camino.
Antes de salir, yo, él y su vieja sentados en el comedor de diario de la cocina del departamento. "¿Oye y tu papá Willito trabaja todavía en eso de los CD?" "Sí, a veces lleva discos, pero son promocionales, de esos que mandan a las radios, aunque el otro día llegó con uno de los Pericos...". Ahí como que se empezaron a entusiasmar y eso me ponía incómodo; después de todo era mi viejo el que llevaba los discos y empezar a prometer cosas definitivamente no iba conmigo. Luego la conversación tomó ribetes freak: "...y si mejor nos quedamos aquí, hacemos algo rico y vamos a dormir?" dijo ella en tono hilarante...
Yo frente al TV del dormitorio matrimonial mirando el noticiero del canal 7. "Ya Willito nos vamos...!" me gritan desde abajo. Partimos en el auto comprado hace meses. Todavía tenía un poco de olor a nuevo. Yo no sé bien cómo me sentía ni como iba a ser todo. Tenía un poco de pena, de estar rumbo a un lugar por "cumplir", porque si no iba eso era deslealtad al curso... ¡por qué mierda tenía que hacer algo que no quería! A esa hora ya había anochecido, ibamos por Pajaritos en dirección a Maipú y en la Tiempo sonaba la canción del "perro dinamita"... yo no sé si a tu perro le gusta ladrar a lo bobo / mi perro no, no quiere no / con el hocico afiebrado no / recuperando palitos, corriendo a lo bobo / por qué, si es su rock'n roll... Y yo seguía imaginándome un perro rabioso y pensando lo inexpresable. Yendo por cumplir, para que no dijeran que era desleal y hueás así. Si a la fiesta siguiente no fuí y casi me cuelgan.
Era tanta mi ansiedad que al llegar abro la puerta antes de que el auto se detuviera. Llamada de atención instantánea de su viejo. Al final llegamos. No era una casa muy cuica ni tampoco tan flaite, o al menos eso parecía a esa hora y con la poca luz que había. Sonaba Black Hole Sun, de Soundgarden. Habían puesto sus buenos parlantes y habían mucho cassette y una no despreciable cantidad de CDs originales (porque sólo se podía "respaldar" en cassette) y papas fritas para regalar. Y así no pasó mucho tiempo hasta que me aburrí. Habían mujeres. No tantas, pero habían. Todas, hasta la más feita, inalcanzables. Un compañero de ese tiempo, a quién me referiré como "el guatón", había llevado a la fiesta a sus dos primas, las que terminaron siendo las minitas lindas de la noche. Por desgracia...
Dos horas después ya estaba dando un penoso espectáculo en la puerta de entrada y muerto de sueño. Se acerca el dueño de casa y trata de meterme conversa. Hablamos de que me sentía triste y fuera de lugar. Luego entré, una vez que todo había terminado y todos ellos habían tomado su lugar para esperar que amaneciera o a que los pasaran a buscar. Y pensaba... ¿El hueón que no habló en toda la noche? Yo. ¿El hueón que no bailó nada? Yo. ¿El hueón que no se engrupió a ninguna minita? Yo. ¿El hueón que cuando al fin se atrevió a hablar tiró una talla en relación a las primas del guatón que fue abucheada por todos? Adivine. Yo.
Media hora más tarde llegarían los viejos de mi amigo a buscarnos. El interrogatorio seguiría a bordo del auto y es tan irrelevante y redundante que lo omitiré. Mi amigo salvó su dignidad diciendo que se metió a bailar en el "y salta, y salta, y salta-salta-salta..." cuando todos daban jugo. Yo, ni eso.
Carretes como éste hubieron muy pocos, uno o dos por año, todos pésimos para mí. Con la plata que se juntó nunca hicimos nada relevante, salvo comprar un TV como premio de una rifa y un reloj taiwanés para cada uno a fin de año. Casi todos ellos entraron a otras universidades, salvo cinco, yo incluído, que entramos a la UC a estudiar Ingeniería. Uno abandonó en segundo año. Cuatro seguimos, tres ya hace rato egresaron y trabajan. Y uno de ellos dicta cátedras.
A las primas del guatón nunca más se les vio. De seguro se asquearon con la ranciedad de esos "eventos".
Y mi amigo... Él me aceptó como yo era. Y fue lo único que me quedó.
Reflexiones después de cinco años
Hace 20 horas.
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