Fotografía: Mer de Mams @ Flickr
Ayer salí del taller de creatividad (sí, aunque no lo crea, en ingeniería habemos gente a la que nos interesa el tema) directo a la calle. Sin perder el tiempo en internet. Para lograr tomar el p*to bus. 4 y media de la tarde. Vi pasar multitud de mierdas amarillas. Se aproximaba el deadline... ¿que qué es eso? Es la increíblemente pelotuda heurística que uso para esperar la micro. Ver la hora. Si aún no son las 5 de la tarde, esperar el 670. Si son entre las 5 y las 6, subirse a cualquier mierda con ruedas (repito: cualquier mierda con ruedas) de entre el "pool" (385, 386, 643, 670) que ofrezca un espacio digno para recoger más pasajeros. Si ya son más de las 6 y menos de las 9, cagaste: toma el Metro, bájate en Bellavista de la Florida y harta suerte para tomar una por Vespucio. Si ya son las 9, puede retomar su rutina habitual.
Hasta las 5, hartas mierdas amarillas y hasta una que paró exactamente frente a mis zapatos para dejar un pasajero. No me subí. Vi el comienzo de la lluvia y cuando el 670 se dignó en aparecer, llegó insubible. Repleto. Las cinco de la tarde. No me lo van a creer pero... ¡desaparecieron, we*n! ¡todas! Tuvieron que pasar 40 minutos para ver pasar otra vez una del pool, una micro chica 643, obviamente repleta. La próxima micro tomable pasó 10 minutos más tarde. 5.50. ¡Una hora veinte minutos esperando la cagá!
Seguramente los que diseñaron y reordenaron los recorridos, entre tanta línea que inventaron y sacaron, seguramente pensaron "vo vai a tener Metro, así que chíngate..." Es que es insano gastar más del doble del tiempo de viaje en esperar.
Finalmente llegúe haciendo glu glu y los zapatos chuic chuic (no llevé paragua y por favor no pregunte por qué). Mierda de transporte.
Esta es mi última semana en micro. Y, como tal, como lo perra que es, se despedirá en gloria y majestad siendo perra a cagar. Está claro.
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