Retropost: Fiesta de pingüinos

  • Por William Hernández
  • agosto 22, 2005

(Septiembre 2000)

Una mañana tibia de primavera. Legiones de institutanos con traje de pingüino llegaban a la fría ciudadela de la calle Arturo Prat, dispuestos a iniciar una tediosa jornada de clase, cuyos únicos instantes de relajo eran los ratones recreos y, por ser día lunes, el bloque de Consejo de Curso. Se suponía que ese día se iba a terminar de planear lo que sería una gran fiesta para juntar fondos para uno de esos paseos fantasma de fin de año, o sea, de esos de los que no se sabe muy bien su destino hasta bien entrado Diciembre. Al terminar la hora, ya había quedado todo acordado: sería la próxima noche de sábado, todos pagaban su entrada (yo no pagué), y además, todos tenían que vender 4 entradas por cabeza (yo no vendí ninguna). Ah, y cuidadito con llevar a la polola... para que todos bailen con todos (esa era la idea).

De noche un día sábado. En el Metro esperaba a la tropa de pingüinos que me iban a acompañar. El barrio al que ibamos no era de lo mejor, así que al bajar del Metro al llegar, formamos un grupo compacto, excepto por mí y mi acostumbrada e injustificada prisa que me llevó a adelantarme al grupo. Ahí me acordé que tuve la mala idea de ponerme las zapatillas con luces... ¡Quién fue el idiota que las inventó! Claro, en el día nadie se da cuenta de aquel sutíl detalle. Lo más ridículo de todo era que dos o tres semanas antes ya estaba planeando sacarles las tontorronas lucecitas, pero ya era demasiado tarde y mis ridículas zapatillas eran ya el primer comentario de la noche.

Llegamos. Una antigua casa en San Miguel sirvió de sitio de nuestra tontera de trasnoche. Organizabamos la fiesta en conjunto con un curso de "niñas", y esa noche fueron todas, así que no nos podíamos quejar por eso, habían para regalar... cosa que no se podía decir de nuestra legion de machos recios, ya que cuatro o cinco de nosotros inventaron los pretextos más inimaginables para no ir, incluyendo a nuestro DJ que se excusó a ultima hora. Sus cassettes piratas grabados de la radio habían salvado caleta en la fiesta anterior en la casa del Negro, pero ya no podíamos contar siquiera con eso. A cambio, la pingüina dueña de casa puso algunos cedés que tenía... ¿el resto? La radio. No quedaba otra.

De eso pasó casi una hora, tiempo suficiente para que todos llegaran, y para que un DJ improvisado pusiera música al cuento. Del sangoloteo que duró su buen rato en el patio-pista de baile, no se podría decir más que lo obvio. Lejos más comentable que aquello fue nuestro gran amigo K. K. Mo (ya verán por qué le llamé así) que batió todos los records de permanencia en el baño haciendo algo que hasta hoy no ha quedado del todo establecido (¿invocando a Guajardo, quiza?), y como nunca supimos lo que realmente hizo, supusimos lo obvio y optamos por darle el cariñoso apodo de K. K. Mo (¡en referencia a su apellido, no se malinterprete!) O lo que pasó con C. J., que si no se lo engrupe una "niña" casi se nos queda dormido... O lo que pasó con otro gil (dicen que fue el mesmísimo K. K. Mo) que trato de meter una de pisco nuevecita escondiendola en un pasillo... Obvio, no faltó el pastel que se tropezó y la hizo pedazos.

Lejos de la tontera, yo estaba cada vez más triste mirando como el resto de los plumíferos se retorcian de las maneras más cuáticas. ¡Pero si nunca me han gustado las fiestas! Hasta que a una de las pinguinas se le ocurre la idea brillante de la noche: "...son las 4 ya poh, pongan un lento que hay gente que se tiene que ir..."

Los lentos... lejos la mayor arma depresiva jamás inventada. Ahí empezo el peor momento de la noche. Comence a pasar por las tres etapas del desastre emocional rotándose cada 5 segundos una tras de otra: llanto descontrolado, "¿por qué ellos bailan lento y yo no?", y "¡pucha, la micro pasa en 3 horas más y ya me quiero ir!"

Luego de aquel mal momento, y de que se fueran la mitad de los patanes, los que ibamos quedando nos dividimos entre los que seguían la conversa en el patio, los que fueron a dormir al living, y los menos afortunados (pa' variar yo entre medio) nos quedamos en la cocina, tratando de dormir. La mamá de la pinguina que prestó la casa (que en adelante la llamaremos "La Señora") nos preguntó cómo lo habíamos pasado. Las respuestas del resto de desafortunados habitantes momentaneos de la cocina no merece mayor fijación, exceptuando pa'variar la mía, que en sí representaba un pernazo indiscutible, y podía considerarse como mi segundo error de la noche: "...es que a mí nadie me sacó a bailar..." Este pastelazo fue a la fiesta relatada como mi fome talla referida a una de las primas del Guatón fue a la fiesta del Negro, por lo que en lo que a mi respecta, que me den por segunda vez consecutiva el premio al Gran Perno, con la salvedad de que lo de esta noche fue cien mil veces más perno. Al otro extremo de la realidad (lo que vendría representándose por los que estaban en el living), estaba el resto de la gente. La tontera del copete ya estaba causando estragos, montones de lolitas y varones con las hormonas medias subidas, aprovechando que La Señora estaba en la cocina, aprovecharon pa' tirar mano como pudieron en un espectacular e improvisado pijama party. Por desgracia, La Señora se dio cuenta de esto y los echó a todos ellos a patadas por calientes...

Pero a fin de cuentas lo rescatable es que mi pose de niñito tierno dio resultados por chorrocientamil-ava vez. Me tomó cariño, me dijo donde tenía que tomar la micro de vuelta, y me pasó plata para volver. Ya arriba de la micro, volví a ponerme triste... de sólo mirar hacia afuera la calle San Diego en una mañana de domingo cuando los locales aún estaban cerrados, mostrando esos letreros antiguos, uno que otro vagabundo, y la micro llevándome como único pasajero.

Al volver a mi casa y ver mi cama estiradita para llegar y tirarse encima lloré más que nunca... como que pensé en nunca haber ido. Soñe con la pinguina sonriéndome y dejándome invitado a su próxima fiesta. "Por supuesto que volveré..." le respondía. Salía de su casa pensando "allí estaré...". Despierto. Allí estaré. Pese a todo lo que pasó. Allí estaré...

También te podría interesar

3 comentan

  1. Oye Pretoriano, sólo por salir de la duda... en el Instituto, nunca te tocó clases con Manuel Pérez o con Luis Elmes??.
    Porque ellos obligan a saber escribir de forma que llame la atención. (Indirecta media directa).

    ResponderBorrar
  2. Estamos hablando del año 2000, cuando recién me estaba atreviendo a escribir. Así yo escribía en ese tiempo. Y en verdad cada vez que lo leo me dan ganas de dormir.

    Espero haber mejorado la "calidad" de mis escritos. Si no, favor remítase a la descripción de este blog.

    Gracias :)

    ResponderBorrar
  3. Lo de los escritos es siempre mejorable. Pero no entiendo por qué tanta violencia....

    ResponderBorrar