Ayer esperaba en la fila para comprar mi almuerzo. En la radio del local sonaba I Saw Her Standing There y el que estaba delante mío mueve que mueve la patita. Era que no. Un descubrimiento musical que no me hubiese ocurrido de no ser por una vieja amiga (de la que me guardaré su nombre). La conocí hace más o menos cinco años, con ocasión del cumpleaños de un patán que conocí en unos trabajos de invierno. Con el tiempo nos comenzamos a escribir, hasta que de pronto se nos ocurrió (mejor dicho, a mí se me ocurrió) la idea de ir a visitarla a su casa algún día. Llegó el día, llegué a su casa y no pasaron tres minutos cuando ella me lanza la pregunta de sopetón: ¿te gustan los Beatles? Yo no sabía muy bien qué responder, reconozco que hasta ese día me era completamente irrelevante si aquellos pelucones eran en verdad algo magno en la historia de la música o eran un bodrio cuya fama era alimentada por fans acérrimos e incondicionales (y, por tanto, ciegos). Entonces fue ahí donde comencé a conocer su mundo. Hablamos de las cosas que nos gustaban (¿había que hablar de algo, no?) y salió a la conversación su gusto por lo medieval, el que se había leído todos los tomos de las Crónicas de Narnia, que el Señor de los Anillos, que a los dos nos gustaba Enya y en general ese tipo de música new-age y para "amenizar la velada" hubo música de Beatles, Janis Joplin, Enya, Abba y creo que por el primer día fue sólo eso.
Luego, en las siguientes reuniones, comencé a rallar y pensar que en verdad cada vez que iba a verla se trataba de un largo viaje para llegar finalmente a un gran castillo medieval incrustado en medio de la ciudad. Y esa era sólo la mitad de la hazaña. La otra mitad se trataba de mantenerme digno, que aunque quisiera tomarle la mano y pasar al siguiente nivel con ella tenía que tener cuidado con eso. Las visitas siguientes no estuvieron exentas de ese riesgo, de echar por tierra todo lo logrado (si en verdad algo se logró), hasta que mis celos por causa de uno de sus amigos lo mandaron todo a la cresta y estuvimos un año sin hablar. Entonces uno se da cuenta (recien) que lo está pasando mal. Luego de ese tiempo volvimos a hablar, pero naturalmente nunca más fue lo mismo.
Sorprende notar hasta dónde puede llevar a alguien la adicción a los afectos. Actualmente pienso varias veces si será bueno visitarla. Usualmente voy a verla cuando me siento extremadamente solo y no tengo a nadie más a quien acudir, aun sabiendo y habiendo aprendido a la fuerza lo que puedo y no puedo hacer, y soy capaz de terminar la visita tranquilo (no feliz, pero tranquilo) cuando soy capaz de controlar la estupidez que uno siempre lleva consigo y que hace perder todo el camino recorrido en un segundo. Hoy ya no hay castillos medievales dándome vueltas en la cabeza, pero sí hubo un tiempo una conocida historia animada dando vueltas en los cines en donde uno de los personajes le queda justo. Y no se lo he dicho porque podría malentenderlo y ofenderse (y yo que soy brillante en eso de los malentendidos y de sacar el mayor antiprovecho posible). Y un tema, I Want to Hold Your Hand (se cae de obvio) para seguir dándole vueltas de vez en cuando, a ver si algún día me doy cuenta si ya he superado aquella mala experiencia o no, si todavía me duele o si ya pasó.
Es evidente. No soy ningún príncipe, pese a que tengo el nombre de uno.
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