Los años nuevos en mi familia son tradicionalmente fomes. Ibamos a ir a ver los fuegos artificiales de la torre Entel pero a mi hermana no le gustaba la idea, talvez porque ella sà que es media aspiracional y no paraba de decir que Ãbamos a estar en medio de todos los flaites. Asà que no fuimos.
La tele mostraba un carnaval de tetas y potos y un locutor en off a cada momento gritaba cuántos minutos faltaban, además de una que otra frase para el bronce. Recuerdo que cuando era chico y estábamos los cuatro, mi viejo ponÃa la música fuerte, se hacÃa la mega-cena de año nuevo, estrenábamos ropa nueva y todo esto no importando que hubiera poca plata. Siempre se hacÃa algo. Ahora no. Se espera el año nuevo viendo tele y después de las 12 se ven los fuegos artificiales también por la tele, pese a que por aquà también hay de esos fuegos. Pero como el cerro desde donde se tiran está lejos y hay otro cerro en medio que lo tapa todo, ni me molesté en salir a verlos.
Cuando falta un minuto para el gran momento gran, mi viejo tiene ganas de estallar en llanto. ¿Por qué? Porque, por un lado, es viudo y echa de menos a mamá. Por otro lado, habÃa planeado con su polola que nos juntáramos todos en la torre Entel pero como ya dije, mi hermana no querÃa. Y por último, siempre hay que hacerle un espacio a todo eso que mi viejo se guarda dentro y no suelta. Mi viejo es imágen de mà en casi todo. Después el abrazo y mi viejo diciéndome "confÃe más en mÃ, atrévase a confiar en su padre..." como si para mà fuera tan fácil.
En mi casa los abrazos de año nuevo no son felices. No es que me esté quejando. Es que ya no están los tiempos...
Mi viejo siempre decÃa que, cuando se pusiera a pololear de nuevo, nosotros serÃamos lo más importante. Y asà fue.
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